El azul no es azul, es un latido.

Tras la estela de Brodsky cuando defendía que, a diferencia de la narración, la poesía no expresa la emoción, sino que la absorbe lingüísticamente, la serie “El azul no es azul, es un latido” no pretende contar mapas y accidentes geográficos con la razón y al modo de la prosa, sino dejarse llevar por el camino y el desgarro poéticos, donde el vértigo, la intensidad y los sentimientos, en el más puro estilo romántico, ocurren en tormenta.

Líneas isobaras, mares, ríos, desniveles, placas tectónicas..., uno a uno cada fenómeno geográfico atravesado por el filo de las emociones hasta convertirse y absorberse en grieta, desgarro, contemplación, sosiego, labios, relámpagos de color, deseo. Poesía tocada.

Apuesta visual por la pintura pura, utilizando a veces técnicas de acuarela donde el agua es trementina y el color óleo, y en otras ocasiones capas de densidad variable, apoyadas unas en otras, que finalmente se alzan y abisman al tiempo en esa gama de azules inventados, bálticos, soñados. Azul latido. Azul pasión. Azul incurable.

Un espacio inconcreto, sin más localizaciones que unos fugaces y frágiles puntos que sirven de faro, guía o partida al pincel. Cuando la línea de horizonte aparece deja por fin de leerse lo que de mapa y representación real pudieran tener aún las obras. El sustento llegará entonces tan sólo desde las venas, los huesos, el alma del azul, el latir de las piedras. Poesía pintada.

Fernando Beltrán